Comunicado GLEFAS – Acabar la guerra para reafirmar la vida

PRONUNCIAMIENTO DEL GRUPO LATINOAMERICANO DE ESTUDIO, FORMACIÓN Y ACCIÓN FEMINISTA (GLEFAS) ANTE LA POSIBILIDAD DE UN ACUERDO DE CESE AL FUEGO EN COLOMBIA

A propósito de este 12 de octubre, a 523 años de inicio del genocidio más duradero de la historia.

Ante la dramática situación de impasse que se vive en Colombia luego de los resultados del Plebiscito para que el pueblo colombiano referendara los Acuerdos de Paz entre la guerrilla de las FARC-EP y el Estado colombiano, el Grupo Latinoamericano de Estudio, Formación y Acción Feminista -GLEFAS-, como grupo de pensadoras y activistas latinoamericanas comprometidas políticamente con el contexto regional, no puede dejar de posicionarse.

Nosotras, como parte de esta Abya Yala, preocupadas por los destinos de nuestros pueblos, queremos expresar nuestro apoyo al Acuerdo de Paz logrado en La Habana por las FARC-EP y el Gobierno Colombiano, entendiendo que, a pesar de sus limitaciones para un proceso de descolonización, es un paso importante para poner fin a un conflicto armado de más de 60 años, y para que en las zonas comunales, así como en las zonas urbanas, los movimientos y las luchas sociales anti y descoloniales, anticapitalistas, antirracistas y contra el (hetero)patriarcado tengan las garantías mínimas que les permitan desarrollar procesos colectivos tendientes a construir una paz con justicia social.

Como se sabe, en el plebiscito convocado por el Presidente Juan Manuel Santos, ganó el NO por una escaso margen de votos. El escaso margen de diferencia entre quienes avalaron los acuerdos entre las FARC y el Gobierno nos habla, al menos en principio, de una sociedad fracturada y dividida entre quienes apuestan a la posibilidad de una salida al conflicto social en los términos en que se ha expresado en el caso colombiano, y quienes no. Sin embargo, sabemos que este análisis es apenas una mirada parcial que debemos superar, para pasar a una mirada más compleja de la profunda crisis en la que se encuentra la sociedad colombiana.

Una mirada más profunda debería darse a la tarea de revisar los números y porcentajes desagregados obtenidos en la consulta y analizarlos a la luz del contexto histórico político de una guerra que ha sometido a la desaparición, a la tortura y a una violencia inimaginable a una parte de importante del pueblo colombiano, pero en particular, a aquellos territorios mayoritariamente indígenas, afrodescendientes y campesinos. Este es un primer dato importante a tener en cuenta para comprender los resultados de la consulta: no toda la sociedad colombiana se ha visto sometida a los horrores de la guerra y en esa medida es interesante observar que los departamentos y los municipios donde ganó el No son aquellos que menos se han visto afectados por el conflicto armado interno y aquellos en los que se concentra la burguesía y la oligarquía nacional, con una amplia población urbana que se ha evidenciado más susceptible de ser manipulada por la ideología dominante de los sectores conservadores, en cuyas manos se encuentran mayoritariamente los medios de comunicación.

De 47 millones de personas que habitan Colombia, aproximadamente 13 millones votaron en el plebiscito. En 19 departamentos ganó el Sí, mientras que sólo en 13 ganó el No. La diferencia se trató más bien de la cantidad de votantes en cada uno de estos departamentos. El porcentaje del Sí fue de 49,78% y el del No de 50,21%, una cifra similar al porcentaje obtenido por la candidatura presidencial de Álvaro Uribe en el 2002, momento para el cual votaron en total 11 millones de personas de las cuales un 53.05% a favor.

Estas cifras podrían hablar de un electorado fiel a los intereses del uribismo, un proyecto que en Colombia representa la ultraderecha y sus intereses racistas, colonialistas, capitalistas y patriarcales que se hacen evidentes en: a) sus políticas a favor de la concentración de la tierra, el dominio de la educación y de los medios de comunicación; b) la defensa de la militarización de la vida y el pacto con los sectores políticos implicados en el paramilitarismo; c) la defensa, en componenda con el capital transnacional, de proyectos de explotación minera, agrícola, acuífera y de la vida en su conjunto en territorios indígenas, afrodescendientes y campesinos; d) la difusión de una ideología ultraconservadora que acorde con preceptos religiosos occidentales pregona un supuesto orden “natural” en donde la familia nuclear y una organización de género y sexualidad binario y jerárquico funcionan como garantía del bienestar social.

Por otro lado, un segundo elemento que nos parece interesante y queremos resaltar, es el alto nivel de abstención que se evidencia en los resultados finales tanto en este plebiscito, como en votaciones anteriores. Colombia ha sido uno de los países con mayores niveles de abstención en Latinoamérica a lo largo de su historia política liberal-representativa y en esta ocasión, a pesar de disminuir el umbral, el 62,59% de las personas se abstuvieron de expresar su voto, lo cual representa la mayor abstención en las últimas dos décadas.

Los niveles de abstención que de nuevo refleja el plebiscito pueden analizarse a partir de muchos factores. En muchas de las regiones tanto del Caribe como del Pacífico Colombiano -y seguramente en otros lugares- muchas personas no pudieron votar por cuestiones logísticas o materiales no tomadas en cuenta para asegurar el voto en elecciones regulares. Por ejemplo, es sabido que hubo comunidades enteras que se quedaron sin votar dadas las condiciones meteorológicas desfavorables por el paso del huracán Matthew. Así mismo, las dificultades para votar de las comunidades más apartadas por la falta de recursos para movilizarse al centro de votación más cercano. Si bien es cierto, como ya decíamos, que el porcentaje de abstención en Colombia es elevado y que ello incluye un porcentaje alto de votantes por lo regular completamente desinteresados y desinformados, también es cierto que en esta oportunidad el Estado y los partidos políticos no desplegaron la maquinaria electoral que generalmente garantiza las condiciones para motivar y hacer más efectivo el voto.

Al margen de esta particularidad, algunos análisis más generales apuntan a pensar este alto nivel de población escéptica al voto como fenómeno de la región desde hace décadas. Algunos de estos análisis señalan, con razón, que una gran parte de los abstencionistas deciden conscientemente no ir a las urnas y que expresan mediante esta elección (de no votar) la poca credibilidad y confianza en el sistema electoral y en la democracia representativa de corte liberal. El ejemplo reciente del golpe de estado en Brasil, el de Honduras, o situaciones de corrupción mayúscula del sistema electoral como lo que hemos vivido en República Dominicana, en Nicaragua o México son aprendizajes que guardamos en la memoria.

En el caso que nos ocupa, hemos sido testigo de la manera en que circularon por las redes sociales, y hasta último momento, posiciones críticas y desconfiadas respecto al contenido de los acuerdos. La sospecha se ha fundamentado en valoraciones negativas que los han denunciado como incompletos, que posibilitarían una expansión del libre comercio y una desconfianza en las reales intenciones del presidente Santos o en la opción de las FARC-EP en volcarse a la vida civil a través del sistema partidario. Y debemos recordar que fue hasta último momento cuando se abrió la posibilidad de que entraran a la negociación las comunidades indígenas y afrodescendientes, gracias a lo cual se logró introducir un ítem específico dentro del documento de acuerdo dirigido a estas poblaciones, en su mayoría las más duramente afectadas por la guerra.

Es así, como algunas de nosotras hemos coincidido en forma general en un acercamiento crítico y distante, para finalmente optar por asumir responsablemente el proceso abierto por el llamado a un acuerdo por el fin de la guerra en Colombia como una oportunidad única que, sin embargo, no debería llevarnos a olvidar nuestra crítica profunda a la colonialidad de la democracia, término acuñado por nuestra compañera Breny Mendoza, para mostrar la complicidad del sistema democrático con el sistema mundo moderno colonial capitalista. En este sentido, si bien, como GLEFAS somos conscientes de las múltiples razones del abstencionismo, queremos además enunciar la necesidad de un análisis que trascienda las esferas locales, puesto que la abstención no es una particularidad de Colombia, por el contrario es algo que viene sucediendo en otros países de la región, lo que puede estar indicando la falta de legitimidad del proyecto de la democracia representativa, sus instituciones y el sistema de partidos políticos que cada vez pareciera más débil.

Pero hay otros aspectos a considerar. La semana pasada nos hemos enterado en boca del coordinador de la campaña del NO, que su estrategia principal fue tendente a crear confusión y pánico moral en la población. Así, por un lado, se recurrió a un discurso dirigido fundamentalmente a la población creyente en contra de lo que denominó la “ideología de género” presente en los acuerdos firmados y que, según su perspectiva, va en detrimento de la familia, promoviendo la homosexualidad y todo tipo de aberraciones que atentan contra la moral y las buenas costumbres. Por el otro, la ultraderecha utilizó en la campaña de apoyo al NO informaciones falsas para crear pánico en los sectores medios y urbanos usando el fantasma del “castrochavismo”, tan alentado en los últimos años por los medios de comunicación liberales, como el gran peligro que acechaba a la sociedad colombiana tras el acuerdo.

En otras palabras, en este coyuntura vemos la articulación del racismo, el clasismo, el heterosexismo como posiciones de las élites ultraderechistas colombianas, que de nuevo han definido los destinos de una nación entera en torno a la paz, como históricamente lo han hecho en otros momentos.

Ante el impasse es posible que se venga un acuerdo entre las élites gobernantes que de plano elimine las partes más comprometidas con la construcción de una paz con justicia social, una paz que en la medida de lo posible garantice la reparación de quienes más han sufrido la guerra y que, al menos en propósito, se incline por un mejor proyecto de país. Por supuesto, aspiramos y tenemos la esperanza que este no sea el fin de este proceso de cuatro años. Esperamos que no se renegocie lo acordado y que el nuevo escenario de conversación incluya a personas víctimas del conflicto armado y a la sociedad en general y que no se convierta en un nuevo pacto nacional entre las élites colombianas.

En medio de la incertidumbre de lo que pasará en los próximos días, buena parte del pueblo colombiano está movilizándose, todos los días y a todas horas. Las marchas para defender el Acuerdo de Paz son multitudinarias en distintas ciudades del país, se movilizan las y los estudiantes, indígenas, afrodescendientes, campesinos, intelectuales, y, dentro de estas movilizaciones, suenan propuestas de buscar otras alternativas al plebiscito, sumado al apoyo que ha tenido el proceso, tanto de parte de los gobiernos de la región, la Unión Europea y EEUU, así como por parte de la cooperación y la comunidad internacional en su conjunto.

Como GLEFAS apoyamos las luchas, acciones, movilizaciones que desde los pueblos se llevan a cabo defendiendo el acuerdo negociado de fin de la guerra en Colombia. Esperamos que el final de este proceso no sea un pacto de las élites blancas mestizas, masculinas y heterosexuales, que históricamente definen nuestro destino. Sabemos que es solo un paso, pero el paso necesario para garantizar un piso común de garantías mínimas de derecho a partir de las cuales seguir haciendo el trabajo que necesitamos para una sociedad más justa.

 

12 de octubre de 2016