por Carmen Cariño Trujillo
©Carmen Cariño, 2020
Comienzo estas líneas desde el traspatio de mi familia campesina en el territorio Ñuu Savi (mixteco), pueblo de la lluvia, al sur de México. Sin duda el confinamiento que nos tiene encerrados no se vive de la misma manera que en las ciudades: estoy entre las gallinas, los borregos, los puerquitos y los árboles frutales que nos dan alimento y protección. Tenemos también nuestra milpa1 cerca, y toda la familia colabora en el cuidado del maíz, el frijol, la calabaza y una gran diversidad de plantas que ahí se dan y que completan la dieta familiar. Nos alimentamos principalmente de lo que nos da la milpa y del traspatio, del producto de la tierra y del trabajo sabio campesino. En estos días también estamos reforzando el trueque de semillas, frutas y verduras locales. Todo esto ha sido para nosotres sustento material y espiritual en el actual contexto de muerte que se ha sumado a las violencias que ya se viven desde hace siglos en Abya Yala, que se han ido acrecentando producto de la guerra contra los pueblos; y que es la pandemia colonial que busca exterminarnos desde hace casi 528 años.
Escribo también mientras llegan al pueblo mensajes de que paisanos mixtecos han perdido la vida por la pandemia que hoy recorre el mundo, en los barrios empobrecidos de la Ciudad de México, y en Nueva York en los Estados Unidos de América; así como de las protestas de los jornaleros agrícolas, mayoritariamente mixtecos, en el norte de México desprotegidos aún más durante la actual pandemia. Y es que no todos los mixtecos han podido quedarse en sus comunidades de origen, somos un pueblo cruzado por la migración.
Migrar para la gran mayoría de los integrantes de nuestros pueblos no es un privilegio. Migrar, alejarse de la tierra nuestra, de la vida en comunidad y, peor aún, morir fuera del terruño es un golpe terrible para los hombres y mujeres de la lluvia. Durante las últimas décadas a millones de personas en el mundo se les ha negado el derecho de quedarse en sus territorios de origen. Lxs que nos quedamos nos hemos aferrado a la tierra que resiente el abandono de sus hijes. Pero el éxodo no es una casualidad, es el resultado de la exclusión económica, política, social, histórica, colonial que busca por todos los medios, siempre violentos, arrancarnos de raíz de la tierra que somos parte.
Así, quienes son expulsades de sus territorios, sobre todo los más jóvenes, se les arrebata también el derecho a vivir un modo de vida en el que la relación con la tierra constituya el eje fundamental de todas las relaciones, pues de la tierra se vive, ahí se encuentra el trabajo, el alimento, la alegría, la convivencia, la festividad, la vida colectiva, lxs ancestrxs.
Cuando los nuestros se van pal norte, el mundo se nos quiebra, aunque también se espera que quien logre cruzar la frontera pueda encontrar un empleo y ayudar a que los hijes estudien, alcanzar el sueño de construir una casa, y tener un “futuro mejor”. Así los paisajes se transforman, en el terruño y en los lugares de llegada.
Primer paisaje: El pueblo de la lluvia
Cuando la gente de la lluvia se va pal norte los campos se van quedando vacíos. Antes, con el inicio de las primeras lluvias del año también comenzaban a verse yuntas de animales y gente sembrando milpas, gente intercambiando semillas, alimentando la relación con la madrecitatierra; ahora cada vez somos menos los que sembramos. Los abuelos y abuelas se quedaron solos, los y las jóvenes se fueron.
Para la gente de mi pueblo, migrar no es un privilegio. Desde hace varias décadas, pero sobre todo a partir de la década de los ochenta, la migración de mixtecos se multiplicó. Cada vez se ha vuelto más difícil permanecer en la tierra donde se sembró el ombligo 2. Esto no es una casualidad, sino consecuencia de un largo proceso de deterioro de las condiciones de vida en la región, resultado de la imposición de un modelo excluyente que niega a los habitantes del campo a tener una vida buena en sus territorios y los obliga a salir. El derecho a no migrar ha sido negado por décadas, y aún más desde la implementación del neoliberalismo a nivel planetario. En esas condiciones, el derecho a quedarse en la tierra de origen es un derecho negado, y para quienes se quedan la lucha por la existencia requiere de dobles o triples jornadas de trabajo para cubrir las necesidades mínimas para la reproducción de la vida.
La región mixteca es eminentemente rural, campesina, que se dedica a la siembra de temporal principalmente de maíz, calabaza, frijol y a la cría de ganado caprino. Es una de las regiones que más ha sufrido los efectos provocados por las políticas neoliberales en el campo mexicano y los acuerdos comerciales que iniciaron en 1986. En el año de 1994, inmediatamente después de la firma del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) con Estados Unidos y Canadá, comenzamos a ver a diario a los y las jóvenes de nuestros pueblos, hermanes, amiges, compañeres de la escuela, preparar una pequeña mochila y salir rumbo al norte. De la noche a la mañana nos enterábamos que cuadrillas de 10-15 jóvenes salían rumbo al “gabacho”, principalmente a California y Nueva York en Estados Unidos, o a Sinaloa y Baja California en el Norte de México. No en busca del “sueño americano”, sino con la idea de poder encontrar un empleo con el que pudieran al menos enfrentar la crisis que en el campo mexicano comenzaba a agudizarse, cuando las políticas neoliberales ya estaban surtiendo efecto.
Segundo paisaje: de la milpa a la agroindustria
Los y las mixtecas que expulsa el capitalismo abruptamente desde la década de los 90, marchan rumbo al norte, de la milpa mesoamericana al monocultivo extractivista colonial en los agronegocios del norte de México y de los Estados Unidos. La embestida neoliberal contra la agricultura campesina en el pueblo de la lluvia, como en muchos otros pueblos al sur del Río Bravo, tiene como contracara el crecimiento acelerado de la agroindustria de exportación en el noroeste de México y sobre todo en los Estados Unidos (éste último pasó a ser la primera potencia agroalimentaria del planeta justo a partir de ese periodo).
Así, como parte de los programas de destrucción de la agricultura campesina ñuu savi, se requirió movilizar a millones de campesinos y campesinas, muchos de ellos mixtecos, que fueron empleades en las agroindustrias de exportación en el Noroeste de México y en los Estados Unidos de América. De la noche a la mañana los y las migrantes mixtecas se encontraron en la frontera, tanto del lado mexicano como del lado estadounidense. La mayoría de les trabajadores se encuentran en la escala más baja del mercado laboral agrícola nombrada como “fuerza de trabajo no calificada”. Sin embargo, al mismo tiempo, sus habilidades para la siembra, el cultivo y la recolección de productos agrícolas para la exportación, aprendizajes adquiridos en las milpas de sus pueblos, son sumamente solicitadas por los agroempresarios.
La agroindustria estadounidense necesitó de fuerza de trabajo joven, abundante, barata y preparada para incrementar sus ganancias, expandirse y convertirse en la potencia agroalimentaria que es hoy, y que coincide justo con la destrucción de la soberanía alimentaria y la crisis en el campo mexicano. A la diversidad de la milpa mesoamericana, se contrapone el monocultivo y los agroquímicos que llevan al exterminio de pueblos y sus saberes milenarios de reproducción de la vida.
Tercer paisaje: volver al terruño, reconstruir el vínculo con la tierra
No todos los campesinos y campesinas dejaron la tierra, les que se quedaron siguieron sembrando, a pesar de todo, incluso a pesar del mal tiempo provocado por el cambio climático, también resultado de la explotación y saqueo de la madre tierra. Las ceremonias al Dios del Viento, las ofrendas a las cuevas sagradas, al Dios del Rayo, los rezos en las milpas al inicio de la siembra y en cada una de las etapas de los ciclos agrícolas nunca han dejado de escucharse, algunos apenas como susurro, pero el vínculo sagrado con la madrecitatierra no se rompió.
Resistencia es seguir sembrando, sobretodo cuando lo cosechado “no tiene precio”, pues al mismo tiempo que comienzan las cosechas, llegan, principalmente de Estados Unidos, miles de toneladas de maíz, frijol, frutas, semillas fumigadas con agrotóxicos y producidas a partir de la superexplotación de la tierra y de la gente. Se trata de productos a bajo precio, y de esta forma la producción campesina es despreciada y golpeada por la competencia desleal. Así, el discurso neoliberal de las ventajas comparativas opera para destruir la producción campesina.
Para las sociedades modernas, la gente de la tierra es pasado, sinónimo de atraso e ignorancia bárbara, aun cuando sus mismas fuentes reconocen que globalmente existen 1,5 millones de pequeños agricultores, que producen alrededor del 80% de los alimentos del planeta (FAO, 2018). Contrario a los presagios, los y las campesinas han luchado por su existencia frente a la modernidad/colonialidad capitalista fortaleciendo en cada ciclo agrícola su profunda relación con la tierra, el vínculo sagrado que tienen con ella, por ser su sustento material, simbólico y espiritual. Por eso, muchos de los que se fueron no lograron arrancarlos de raíz, y aun a miles de kilómetros sostienen cargos en sus comunidades, construyen caminos, realizan las fiestas, son parte fundamental de la vida comunal y aportan importantes recursos a quienes que se quedan para que sigan sembrando.
Los mundos campesinos existen porque resisten, porque han sobrevivido a las pandemias coloniales capitalistas neoliberales. Así, los y las campesinas han seguido sembrando hasta el último aliento, porque aman su trabajo, cuidan las semillas y se saben dependientes de ese vínculo con la tierra y porque saben, como dice mi padre campesino, que: “todo lo que se siembra, se cosecha”.
La humanidad se ha alejado de la tierra, entre más alejados de ella más modernos. Ese distanciamiento soberbio y falso ha provocado la expansión de la epidemia que nos golpea hoy, y las que vendrán. Y sí, la única posibilidad de salvarnos es fortaleciendo el vínculo con la tierra, regresando a la pachamama, a la raíz. Y ese proceso solo será posible reconociendo la sabiduría y aprendiendo de los saberes campesinos que son los que no han dejado de comunicarse con ella. Elles son quienes saben cómo comunicarse con la lluvia, saben leer las nubes, saben hablar con el viento, reconocer el tiempo de la siembra, la labor, la cosecha y ahí está la sabiduría que se necesita para el sostenimiento de la vida.
Volver al terruño es primordial. Dejar de “ser modernos”, y reconocer que los campesinos y campesinas están aquí, que no han desaparecido, y no lo harán. Seguirán sembrando porque se saben parte de la tierra y no dueños de ella, porque saben que esta humanidad moderna la está destruyendo y que la única manera de revertirlo será regresando a la raíz, con humildad, respeto y trabajo. Tal vez será la última oportunidad, y ella está en la milpa, la chacra, la huerta, el traspatio, la tierra.
Notas al pie
1.Milpa, es una palabra que viene del nahuatl, milli=campo y pan=encima, es decir, encima del lugar. La milpa es un ecosistema de siembra conformado por lo que se conoce como la triada mesoamericana, compuesta principalmente por maíz, frijol y calabaza. En la milpa crecen quelites, chiles, tomates, flores, árboles frutales, nopales, y muchas más frutas y verduras que son fundamentales para la dieta familiar. La milpa es una tradición milenaria y tiene como objetivo fundamental el autoconsumo.
2. La siembra de ombligo es un acto simbólico y literal, es la conexión con el territorio. El ombligo se siembra donde una nace, y para que no se olvide que venimos de la tierra y que la tierra es nuestra madre.Carmen Cariño TrujilloÑuu savi, de Chila de las Flores, México. Campesina y socióloga rural, docente de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco. Integrante del Grupo Latinoamericano de Estudios Formación y Acción Feminista (GLEFAS). Estudiante de la Escuelita Zapatista y activista vinculada a luchas y movimientos sociales en defensa de la Tierra-Territorio.